
Mindfulness y alimentación: Mi relación con la comida
Vivimos en una sociedad sumida en el hacer, en la carrera a contrareloj de la multitarea. Continuamente pegados al móvil, la televisión, la radio, la agenda, el ordenador…. Y siempre corriendo, en piloto automático, sin consciencia de lo que hacemos, ni de lo que sentimos y/o necesitamos. Este estilo de vida es extrapolable a nuestro patrón de alimentición. Comemos sin parar y sin detenernos en lo que metemos en nuestra boca. Utilizamos la comida prar llenar aquellos vacíos que nos produce esta falta de equilibrio. Una insatisfacción vital, que se ha normalizado socialmente, pero que de algún modo necesitamos regular.
Mindfulness supone una herramienta esencial para detenernos y simplemente explorar nuestras pautas alimenticias. Observar, respirar y conectar. Sea cual sea tu relación con la comida, estés contentos o no con tu cuerpo, siendo indiferente tu peso y el tipo de dieta que lleves, incluso si eres profesionales de la nutrición. Simplemente para y observa. Todos podemos beneficiarnos de la alimentación consciente, con un simple gesto de atención profunda a lo que comemos. ¿No sabes cómo? ¡Te cuento mi experiencia!
Mi relación con la comida:
Uno de los grandes “redescubrimientos” durante la práctica de Mindfulness ha sido precisamente este, mi relación con la comida. Cuando comencé a hacer algo tan sencillo, como llevar mi atención plena al momento de comer descubrí de nuevo lo que suponía este acto cotidiano, tan arraigado a nuestro placer y supervivencia. El saborear a través de todos los sentidos los pequeños matices de cada alimento. Un momento que solemos desperdiciar día a día al comer en la total y absoluta inconsciencia, y que si nos detenemos esconde infinitas posibilidades a explorar, pero sobre todo mucha sabiduría y bienestar.
A través de la atención a los sabores, comencé a desarrollar ese instinto más natural hacia los alimentos. De manera que aquellos alimentos más procesados, resultaban demasiado empalagosos y poco agradables. Atender a los sabores con profundidad me llevó a sentirlos muy intensos y artificiales, hasta el punto de resultarme casi insoportables. Incluso comer con atención hizo que no necesitara comer tanto para sentirme saciada. Entonces descubrí que escuchar mi cuerpo suponía la forma más sabia de comer.
A la vez que iba naturalizando mi relación con la comida, se iban desvelando ante mis ojos los
esfuerzos que hace la industria alimentaria por empujarnos a consumir sus productos alimenticios de forma compulsiva, que no alimentarnos de comida real. Me hice más consciente y poco a poco más libre de cómo me influía la publicidad, los envoltorios, los ingredientes cargados de aditivos (edulcorantes, etc)… en qué, cuánto, cuándo y por qué o para qué comía. Al final aunque lo hayamos olvidado somos animales, y todo animal sabe qué comer y qué no, sin publicidad, ni investigaciones que lo avalen, simplemente atendiendo con consciencia plena a su cuerpo.
A partir de ahí, de un modo natural comenzaron a desenredarse viejos hábitos dejando al descubierto los tipos de hambre que solían dominarme. Tomé consciencia de la necesidad que tenía de comer para tapar otras sensaciones físicas y emocionales que no toleraba. Es decir, otros tipos de hambre vitales que realmente no se saciaban con comida, sino con movimiento, con descanso, con afecto, con motivaciones reales, sanando heridas pasadas… Lo que me llevó a respetarme y ser más coherente conmigo misma, a medida que tomo consciencia de mis necesidades en cada momento y trato de satisfacerlas de una forma real y no por el camino fácil, que a veces es abriendo el frigorífico al llegar a casa.
Este fue el proceso que me llevó a replantearme la relación con la comida, no solo a nivel personal, sino también a nivel colectivo. Al sentir que “yo, que no tenía problemas con la comida, ni atracones, ni ansiedad, llevaba una dieta bastante saludable”, sufrí reveladoras transformaciones, me hizo ver los beneficios de aplicar Mindfulness como complemento a la nutrición. Y es así, desde la atención plena y la toma de consciencia, como trabajo con todos aquellos que llegan a mi para alcanzar una relación sana y equilibrada con la comida.
La experiencia me dice que observar cómo y porqué o para qué comemos es el mejor camino para alcanzar cambios en el qué, cuánto y cuándo comer. A partir de ahí los cambios suceden de forma espontánea, en la alimentación y más allá, porque comenzar a nutrir Mente – Cuerpo – Corazón supone sentirse pleno.
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